La fotografía siempre ha sido considerada como una de las artes más expresivas, simples en su formato pero tremendamente compleja en todo lo que expresa, en la manera en la que propone el acercamiento a la realidad que nos rodea. La fotografía como arte puede ir desde una simple imagen de un paisaje o un retrato hasta las instantáneas más imponentes, las que tienen mayor carga emocional, siendo capaz de transmitir todo eso a través de un simple disparo de la cámara, realizado en el momento justo. Como el resto de las artes, la fotografía también ha vivido una gran revolución tecnológica en las últimas décadas, gracias a la digitalización y a la expansión de las cámaras y objetivos especiales, que han otorgado una forma diferente de poder plantear las sesiones y de obtener unos resultados interesantes para aquellos fotógrafos que querían también apartarse de la norma.
La fotografía de vanguardia, la que se aleja de todo lo convencional para buscar nuevas formas de expresión, la que no se quiere reflejar al cien por cien la realidad, sino mostrarla a través de un filtro determinado, diferente, para provocar una emoción distinta, se conoce como fotografía abstracta. Un gran cajón de sastre donde se incluyen artistas de todo tipo, tengan o no formación como fotógrafos, que utilizan este medio de expresión para ofrecer imágenes que poco tienen que ver con las fotos que estamos acostumbrados a ver en revistas, exposiciones y demás. La fotografía abstracta se evade de la realidad, la muestra distorsionada, a través de diferentes trucos tanto naturales como digitales, para provocar todo tipo de sensaciones en aquellos espectadores que llegan a estas obras. Como toda vanguardia, la fotografía abstracta nació como un intento de liberación de los “dogmas” que solían darse en este arte, demostrando que las reglas estaban para saltárselas. Después de décadas en las que su importancia ha sido reducida, últimamente la fotografía abstracta está volviendo a ponerse de moda, gracias sobre todo a las nuevas tecnologías.